domingo, 27 de mayo de 2018

Idígoras y Pachi, artistas y desahogaos


Uno con las gafas puestas, otro las gafas colgando, uno con barba, otro afeitado, los dos con buen pelo, buen acento andaluz y un inequívoco aire de familia que por algo son eso, familia, aunque no vayan juntos “ni a las bodas”. Igual alguna de las personas que leen sus viñetas desde hace un cuarto de siglo ignoraba hasta hoy que son hermanos, los hermanos Rodríguez, y que firman como Idígoras y Pachi porque “con Rodríguez no iban a llegar a ningún lado”; igual tampoco sabía que viven y trabajan en Málaga, que es un lugar estupendo para ver pasar la Historia y para ponerla frente al espejo, como hacen ellos a diario desde que de pequeños empezaron a dibujar al vecino y les decían “qué dibujo más mono” y se asomaban al mundo con los tebeos del kiosco de Félix.
Aunque el resultado sea divertido, el suyo es un trabajo muy serio y aunque digan que es “facilito” es, desde luego, muy difícil. Lo que un libro cuenta en cuatrocientas paginas y un columnista en dos o tres mil caracteres ellos lo despachan con un dibujo y unas palabras. Detrás hay muchas horas de vuelo, de reflexión, de conocimiento de este país, de su historia reciente, de su actualidad y de sus protagonistas. Añádanse una dosis de ironía, muchas de libertad y ninguna de vergüenza; porque no solo son unos artistas: ademas son unos desahogaos, que pasan con desparpajo de la crítica a la sátira y del humor blanco al cítrico, rara vez ácido pero nunca complaciente, ni siquiera con la línea editorial del medio donde trabajan.
Iban por libre, y siguen haciendo cosas por libre, pero las necesidades espaciales de la revista El Jueves los convirtieron en pareja estable. Para no meterme en líos, no pienso entrar en detalles sobre cada uno de ellos. Solo decir que el fútbol se ha perdido un gran delantero centro y la ciencia un gran psicólogo, que solo ejerció ese oficio con intensidad “durante unas dos horas”. Si tuviera que elegir yo elegiría a Pachi... y a Idígoras. Aunque les pese, aunque luego uno se vaya con su mujer y sus niños y otro con su mujer (supongo que distinta) y su tortuga, nosotros nos quedamos con los dos.


[Retrato en directo, tras entrevista en el programa No es un día cualquiera de RNE. 27.05.2018. Benalmádena. Podcast: http://www.rtve.es/a/4615278/]



lunes, 21 de mayo de 2018

Carlos Pauner, sueños de altura


Pelo negro ensortijado, barba con ribetes grises, un color de piel que da envidia a Juan Yeregui, camiseta oscura, como el pantalón; una pulserilla en la muñeca izquierda, un tatuaje en el antebrazo. Ha repetido palabras que también usa para presentarse en tuiter, sobre un eje que pilota en dos de ellas, deporte y compromiso:  “El deporte -dice- es educación, trabajo en equipo, sacrificio, tesón y conocimiento. Mi compromiso: motivación, orientación al logro y liderazgo”. Escuchándolo he apuntado alguna mas: voluntad; esfuerzo, riesgo, aguante, resistencia, ritmo, tiempo, soledad...
   Se llama Carlos Pauner y además de escalar montaña es licenciado en químicas, piloto de aviones, aragonés ejerciente y sabio, como demuestra cuando dice que hay que aprovechar la vida y una manera de aprovecharla es ir de cañas con los amigos. Desde que con quince años leyó un libro, hizo un curso de escalada y empezó a subir por Riglos, Morata, y el Pirineo aragonés, ha tenido siempre sueños de altura y los ha ido cumpliendo. “He hecho que mis sueños sean mis proyectos y mi trabajo”, explica. Y aunque alguna vez se pregunte ¿Quien me mandará, qué hago yo aquí?, de ocho mil en ocho mil ha ido pasando a la historia del alpinismo actual.
   Atrás han quedado muchos compañeros, pero delante quedan muchos sueños, como los que da rienda suelta en su fundación. Detrás esos sueños hay un hombre con fuerte carácter, pero está también el chaval al que su madre le dice “tú el caso es no tener los pies en el suelo”.  La verdad es que los tiene y por eso dice cosas que solo puede decir un caminante. Como ésta: “El camino es precisamente lo que importa, porque ese camino que comienza de niño y que no acaba nunca es lo que te hace crecer, lo que te hace valorar lo que tienes”. O esta, con la que me quedo: 
   “Atentos a las señales, porque nunca se sabe cual te va a marcar un camino en la vida”


[Retrato en directo, en el programa No es un día cualquiera de RNE. 19.05.2018. Podcast de entrevista y retrato: http://www.rtve.es/a/4606681/

domingo, 20 de mayo de 2018

Manuel Vilas, el abismo de la verdad


“Sonrisa facil, pelo grisáceo corto, chupa de cuero, camisa negra, vaqueros, gafas colgadas del cuello de la camiseta”, me cuenta Juan Yeregui. “Tiene 55, pero no los aparenta”, me dice la boticaria Garcia y, sabiendo de mis pasiones somontanas, añade: “le gustan las cosas de su pueblo, empezando por el tomate rosa de Barbastro”.
Para su retrato son imprescindibles palabras que se han repetido en la conversación y se repiten en su libro. La palabra padre, que en libro aparece 682 veces;  madre, que aparece 415 veces; muerte y derivados, 311; vida y derivados, 561. He apuntado al vuelo otras como nostalgia, memoria, desamparo... Y misterio, porque “la vida está llena de misterios”. Pero el retrato seria incompleto sin una palabra que en Ordesa aparece 49 veces: verdad. Manuel Vilas se ha empeñado en buscar la verdad, en asomarse al abismo de la verdad y en compartirlo, con todas sus consecuencias. El resultado es un libro que no es exactamente una novela; tiene mucho de memoria personal, de crónica, de poesía y de filosofía, empezando por la filosofía de Freud. Es literatura, en fin, esa literatura  “que nos permite dignificar la memoria” como él dice y que, añado yo después de leer su libro, nos sirve de espejo para ver lo que somos.
¿Que es Manuel Vilas? Un escritor que cree en la familia como fundamento de nuestra existencia y aprendió a planchar con tutoriales de youtube; una buena persona a la que le gustaría irse de este mundo sin haberle hecho daño a nadie; un melómano, a quien la música pone en otra dimensión y se deja romper el corazón por un Stabat Mater. Y un hombre, en fin, que apostó por sus sueños y sabe que en la vida hay dolor, pero se aferra a esa vida y como Violeta Parra, le da las gracias, por haberle dado tanto...


[Retrato en directo en el programa No es un día cualquiera de RNE. Nos presenta el libro Ordesa, publicado por Alfaguara. 05.05.2018. Podcast de entrevista y retrato:  http://www.rtve.es/a/4607739/]

domingo, 6 de mayo de 2018

Maestro Iñigo

Rodeando a Iñigo, José Miguel Viñas, Pepa Fernández, Aberasturi,  David Vicente Andueza, Diego Galán, Victoria Hernández, Carlos Santos, María Díaz y Josto Maffeo. El selfie lo hice el 9 de marzo de 2014 en un viaje a las Canarias con el programa No es un día cualquiera de RNE.


Para escribir su retrato bastaría con poner juntas las palabras más repetidas en los mensajes que nos han enviado los escuchantes de No es un día cualquiera desde que Pepa Fernández dio la terrible noticia de su muerte, que acababa de conocer, el sábado 5 de mayo a las ocho y media de la mañana.
Unos hablan de Directísimo, de Estudio Abierto y de Uri Geller doblando cucharas, recordando de paso que José María Iñigo fue el primer personaje de la vida pública española capaz de hablar inglés fluido y que traía de Londres músicas y maneras desconocidas hasta entonces; otros tiran de referencias más recientes, como Eurovisión, el espacio gastronómico de TVE o sus secciones en la radio, desde Chupa la gamba hasta ¡Hablemos español, leche!.
Todos repiten los mismos términos: grande, voz, comunicacion, respeto, talento, amigo, maestro... Subrayo los dos últimos, sintiéndome afortunado por haber gozado de su amistad y haber aprendido de su magisterio, que en su dimensión profesional (era también maestro en las cosas de la vida) pueden certificar los técnicos de RTVE: delante del micrófono y de la cámara era el mejor; se crecía, se transfiguraba, resplandecía, se convertía por ensalmo en personaje aunque ese día la persona estuviera cansada, aburrida, hambrienta o enferma.
Era el mejor, sí, pero lo extraordinario es que haya sido el mejor durante tantísimo tiempo. Porque Iñigo fue Iñigo, con toda su popularidad a cuestas, durante más de cincuenta años. Ahora que ha muerto, con 75, consuela pensar que estuvo activo hasta el final, que entre quimio y quimio seguía viviendo a tope (trabajos, viajes, amaneceres, sonrisas, conversaciones, afectos) y que, menos mal, no ha tenido que afrontar el doloroso deterioro físico que se le venía encima, más doloroso todavía para quien, como él, ha sido joven todos los días de tu vida. Y buscando ese consuelo imposible, también me sirve el tuit de un escuchante:

“¡Joder, qué manera de empezar la mañana, mierda! ¡Por lo menos ahora estará con Labordeta!”



jueves, 3 de mayo de 2018

Josu Ternera rectifica 40 años tarde








[Capítulo de mi libro 333 Historias de la Transición, La Esfera, 2015]




            LOS JEFES DE LA BANDA DECIDEN SEGUIR MATANDO

“De todas las cosas que pasan en estos años, una tiene más trascendencia que todas las demás: en otoño de 1977 ETA se pasa por el forro de la txapela una amnistía que se había hecho a su medida y decide seguir practicando la «lucha armada». Todo va conforme al devenir de la historia, todo es imparable, menos eso: ETA decide seguir matando. Nada influirá tanto como esa decisión en la vida de los vascos y los demás españoles, durante las décadas posteriores. Restará libertad a los ciudadanos, entorpecerá el desarrollo social y económico de Euskadi y condicionará la agenda política del Estado durante más de treinta años. Además de quitar la vida a novecientas personas, empobrecerá la de cuarenta millones, con un recorte efectivo de sus libertades. La decisión de seguir matando, intensificando incluso la actividad letal y ensanchando el espectro de víctimas (primero, representantes de la represión franquista, luego funcionarios de uniforme, después jueces, periodistas o ingenieros, más adelante cualquiera) tiene efectos colaterales inmediatos: alimenta los sentimientos más cavernícolas de la caverna, impide que se pueda pedir cuentas por los crímenes de la dictadura (mal se puede reclamar por crímenes pasados en el fragor de los crímenes presentes) y da argumentos a quienes intentan impedir el desarrollo democrático. Todo ello después de propiciar una ley del perdón encubierta: en las negociaciones con los nacionalistas para que los etarras salgan de la cárcel, el gobierno aprovecha para meter una cláusula que impide que entren en prisión funcionarios, autoridades y policías. La Ley de Amnistía del 15 de octubre de 1977 afecta a «todos los delitos de intencionalidad política, sea cual fuere su naturaleza, cometidos con anterioridad al 15 de junio de 1977». Quienes la han pactado se convencen a sí mismos de que deben pasar página sobre las atrocidades cometidas por los dos bandos desde la Guerra Civil, que ese día, dicen, termina para siempre. Pero a los jefes de ETA todo eso les importa un pimiento. Al revés: lo entienden como una muestra de debilidad del Estado al que combaten. Están envalentonados. Tienen organización, apoyo económico y algunos, con formación política maoísta, creen en la unidad popular, la guerra revolucionaria, el movimiento nacional de liberación y la toma del poder por las armas. Se opondrán a ese Estado con «fuerza militar», crearán estructuras de apoyo y… seguirán haciendo lo que saben. Con doscientos atentados y más de noventa asesinatos, el año 1980 será el más sangriento de su historia, metidos ya en una ofensiva en regla contra la democracia. Tardarán mucho tiempo en admitir que por ahí no van a ningún lado, que la nave de la democracia es más sólida que la de la dictadura y que nada le hará torcer el rumbo. Domingo Iturbe Abasolo (Txomin), José Antonio Urrutikoetxea (Josu Ternera), José Miguel Beñaran (Argala), Ansola Larrañaga (Peio el Viejo), Juan Ramón Aramburu (Juanrra), Isidro Garalde (Mamarru), Múgica Garmendia (Pakito), Lasa Mitxelena (Txikierdi), Eugenio Etxebeste (Antxon) y Arrieta Zubimendi (Azkoiti) son los miembros de la dirección de ETA militar que en otoño de 1977 adoptan la decisión: seguir matando. La historia los juzgará.”








miércoles, 2 de mayo de 2018

Final Infeliz

Para mí el personaje no es Cristina Cifuentes, cuyo final político, que intenta prolongar con un escaño, ha sido mucho más triste de lo que podían imaginar sus peores enemigas y enemigos (el lenguaje inclusivo viene al caso, créanme). Mi personaje es la periodista Raquel Ejerique, que firmó las primeras informaciones sobre los claroscuros curriculares de Cifuentes.
Cerrado el episodio, conforta confirmar que el periodismo sirve para algo pero también alivia advertir que los periodistas que lo destaparon han salido indemnes. Los primeros días, cuando la señalada y la universidad se revolvieron con uñas y dientes, llegó a ser preocupante la situación de esos colegas, que por cuatro gordas buscan verdades en medio de un lodazal.
No me alegra el final infeliz de Cifuentes, que comparada con quienes han guardado durante siete años su video de casquería es Teresa de Calcuta, pero celebro que triunfe la lógica: todos podemos equivocarnos y mentir, pero un político no puede empecinarse en el error y la mentira. Ojalá aprendamos (todos) la lección y volvemos a valorar la trasparencia como elemento sustancial de la democracia.
Los más viejos del lugar recordarán a Bravo de Laguna, un diputado canario que en 1986 tuvo que dimitir cuando en unos almacenes de Londres lo pillaron con un pijama sin pagar. Fue un escandalazo. Todavía entendíamos la verdad como un valor democrático.
Lástima que no hayamos sido siempre tan exigentes con los comportamientos públicos, empezando por el robo a gran escala. Basta con mirar alrededor. Mientras estamos hablando de un máster y dos perfumes, otros siguen montando “chiringuitos” (Isabel Gallego dixit) y poderosos ladrones andan sueltos. 

[Publicado en 20MINUTOS. 02.05.2018]