sábado, 2 de junio de 2018

Ni María Dolores Pradera se libró de la censura




Está poco estudiado el placer que procura a los dictadores el ejercicio de la censura, el recorte de la libertad ajena hasta extremos ridículos, absurdos, extravagantes y poco rentables para quien lo lleva a cabo. En España, aunque a algunos ministros se les llena la boca con la palabra «aperturismo», la censura sobrevive incluso al dictador. No solo la censura en sentido abstracto o la autocensura vigente desde que entró en vigor la Ley de Prensa de Fraga, que traslada el problema a los editores de libros y directores de los periódicos. No: la censura de carne y hueso, ejercida por adustos empleados públicos con horario, corbata y bigote, que se ganan el sueldo haciendo cumplir la restrictiva legislación vigente para obras de teatro, cine, música y espectáculos de todo tipo que no se ajusten a la moral católica, que sigue siendo la moral oficial, y a los Principios Fundamentales del Movimiento. En el cine, la música, la radio y el teatro, los censores siguen trabajando a pleno rendimiento hasta 1977, dos años después de la muerte de Franco. En el teatro, ya sea en el estreno general o en una función específica previa, el censor ejerce como autoridad suprema: —Esa falda más abajo. —Esa frase fuera. A la censura no escapa ni María Dolores Pradera, dama de la canción que se ha metido en todas las casas de España con una de las primeras cintas de casete que se comercializan y cuyas letras se sabe todo el mundo de memoria. Mientras las gentes de buena voluntad cantan «El rosario de mi madre», los censores abordan a la cantante en la sala de fiestas Alazán, de Madrid, donde actúa. Resulta que en el repertorio incluye un vals peruano titulado «José Antonio», que Chabuca Granda dedicó a un rico hacendado de su país. —No puede ser, tiene usted que cambiar el título de esa canción. La gente puede pensar que está ofendiendo a José Antonio Primo de Rivera. —Pues Juanita Reina —contesta la Pradera, para regocijo de los músicos presentes—lleva veinte años cantando «Francisco Alegre» y ustedes no le han dicho nada… Vano intento. «José Antonio», desde entonces, en España se llama «Caballo de paso».


[Esta es una de las “333 Historias de la Transición” que cuento en mi libro con este titulo, editado en 2015 por La Esfera de Los Libros.]