domingo, 6 de mayo de 2018

Maestro Iñigo

Rodeando a Iñigo, José Miguel Viñas, Pepa Fernández, Aberasturi,  David Vicente Andueza, Diego Galán, Victoria Hernández, Carlos Santos, María Díaz y Josto Maffeo. El selfie lo hice el 9 de marzo de 2014 en un viaje a las Canarias con el programa No es un día cualquiera de RNE.


Para escribir su retrato bastaría con poner juntas las palabras más repetidas en los mensajes que nos han enviado los escuchantes de No es un día cualquiera desde que Pepa Fernández dio la terrible noticia de su muerte, que acababa de conocer, el sábado 5 de mayo a las ocho y media de la mañana.
Unos hablan de Directísimo, de Estudio Abierto y de Uri Geller doblando cucharas, recordando de paso que José María Iñigo fue el primer personaje de la vida pública española capaz de hablar inglés fluido y que traía de Londres músicas y maneras desconocidas hasta entonces; otros tiran de referencias más recientes, como Eurovisión, el espacio gastronómico de TVE o sus secciones en la radio, desde Chupa la gamba hasta ¡Hablemos español, leche!.
Todos repiten los mismos términos: grande, voz, comunicacion, respeto, talento, amigo, maestro... Subrayo los dos últimos, sintiéndome afortunado por haber gozado de su amistad y haber aprendido de su magisterio, que en su dimensión profesional (era también maestro en las cosas de la vida) pueden certificar los técnicos de RTVE: delante del micrófono y de la cámara era el mejor; se crecía, se transfiguraba, resplandecía, se convertía por ensalmo en personaje aunque ese día la persona estuviera cansada, aburrida, hambrienta o enferma.
Era el mejor, sí, pero lo extraordinario es que haya sido el mejor durante tantísimo tiempo. Porque Iñigo fue Iñigo, con toda su popularidad a cuestas, durante más de cincuenta años. Ahora que ha muerto, con 75, consuela pensar que estuvo activo hasta el final, que entre quimio y quimio seguía viviendo a tope (trabajos, viajes, amaneceres, sonrisas, conversaciones, afectos) y que, menos mal, no ha tenido que afrontar el doloroso deterioro físico que se le venía encima, más doloroso todavía para quien, como él, ha sido joven todos los días de tu vida. Y buscando ese consuelo imposible, también me sirve el tuit de un escuchante:

“¡Joder, qué manera de empezar la mañana, mierda! ¡Por lo menos ahora estará con Labordeta!”



1 comentario:

José Maria Suárez Gallego dijo...

Me lo imagino, querido Carlos, de tertulia con Labordeta:¡Dos grandes!