jueves, 22 de febrero de 2018

Forges: la invención del bocata y el tuit




José María Íñigo es un gran comunicador, pero un pésimo profeta. Mediados los años sesenta, siendo ya estrella de TVE, llamó la atención a un mezclador de imagen que con una mano estaba mezclando y con la otra dibujando, en el estudio 1 de Prado del Rey:
—Déjate de dibujitos y pon atención a los monitores o nunca llegarás a nada.
El mezclador llegará a mucho y no precisamente mezclando imágenes: haciendo dibujitos. Es Antonio Fraguas, Forges, uno de los más geniales humoristas gráficos de la historia y uno de los que contribuyen al tránsito que vive España en los años setenta. No solo como cronista y espejo crítico del poder, también como creador de una nueva manera de ver el mundo y de expresarse. Aunque le fascinan los vocablos y giros verbales más retorcidos, inventa un lenguaje que entiende todo el mundo: niños, adultos, catetos, pijos, castizos, ilustrados… Todos se ríen y todos comparten el punto de vista de sus personajes. Nunca el estilo directo había llegado tan lejos sin perder el sello de su autor. Una de las palabras que inventa Forges es bocata. En un país en el que todavía hay serenos, Forges habla de bocata y todo el mundo lo entiende. Cuarenta años antes de que llegue Twitter, con sus 140 caracteres, Forges y los humoristas de su generación encuentran el camino más corto.
Hasta entonces, el camino del humor era por fuerza largo. La revista La Codorniz era un refugio de intelectuales que exigían inteligencia al lector: «La revista más audaz para el lector más inteligente», dice en su cabecera. El nuevo lenguaje del humor llega a todos y a todos los hace un poco más listos. Bueno, a todos no. Si en 1977 uno anda por Madrid con un fascículo de Los forrenta años, la particular historia del franquismo que escribe Antonio Fraguas, corre peligro de ser apaleado al grito de: 
—¡ Las forrenta hostias que te vas a llevar tú, rojo de mierda!
En España siempre hay alguien que además de gritar “¡muera la inteligencia!” intenta asesinarla. Pero ni esos pueden con el humor. Poco puede hacer un censor cuando, tras una campaña del gobierno contra los incendios forestales, con el lema “cuando un bosque se quema algo tuyo se quema”, un dibujante de Barcelona, Perich, pone las cosas en su sitio: “Cuando un bosque se quema algo suyo se quema… Señor conde”. Tampoco pueden hacer nada los ministros lectores de Camino, el libro de cabecera del Opus Dei, cuando el Perich titula su primer libro Autopista. Ni contra los animalillos de Peridis, el triángulo divino de Máximo, los señores con puro de Chumy Chúmez, los lisiados de Summers o las verdades eternas de Ops, que años después se convertirá en El Roto. El humor gráfico, cada día más crítico, se va colando por las rendijas de la dictadura a través de los diarios convencionales y de nuevas revistas como Hermano Lobo o Por Favor. No es que trabajen por la libertad: es que la ejercen. Dicen lo que nadie se atreve a decir y retratan la situación como nadie puede retratarla. La censura ayuda: como les obliga a afinar muchísimo y a jugar con evocaciones, espejos y dobles sentidos, el resultado es de gran inteligencia, belleza y creatividad, que trasciende al paso del tiempo. Medio siglo después seguirá siendo actualidad el diálogo que Ramón lleva a la portada de Hermano Lobo, con un preboste que pregunta a la multitud desde un balcón: 
—¿ Nosotros o el caos? 
—¡ El caos, el caos! 
—Da igual: también somos nosotros.

[Esta es una de mis “333 historias de la Transición”, publicadas en 2015 por La esfera de los Libros]



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Aunque es muy triste la circunstancia que te ha obligado a recordar esta historia de Forges, que tanto tiene que ver con la historia de todos nosotros, quiero darte la enhorabuena por tener la suerte de trAbajar cerca de gente como Iñigo,Pepa o el genial Forges. Muchos saludos de una fiel escuchante. Y mucho ánimo.

Ana dijo...


Hola Carlos Santos:
Tuve la suerte de asistir a la presentación, en 2015, de tus "333 Historias de la Transición".
Y el genial Forges, en su memorable intervención, empezaba con genialidades como "...es éste un libro atípico porque es medio diabólico; si os fijáis son 333..." Y un abarrotado Ateneo de Madrid alternaba la risa con el aplauso y la carcajada con la lágrima.
Es un privilegio haber conocido y sobre todo disfrutar con Antonio Fraguas, el enorme Forges. Proclamo.