sábado, 24 de febrero de 2018

Forges, forgianos, sincebollistas y concebollados




¿Por qué es tan importante Forges? ¿Por qué millones de españoles lo estamos despidiendo como solo se despide a un familiar o un amigo? Porque somos forgianos. Porque forma parte de lo mejor de nuestras vidas desde hace cincuenta años. Porque es una pieza fundacional de nuestro actual sistema de convivencia (ese que unos no saben valorar y otros no saben defender), un faro moral, un elemento esencial de nuestra educación como personas, como ciudadanos. Porque hablamos como Forges, sentimos como Forges, vivimos como Forges cuenta que vivimos. Porque no solo ha inventado un lenguaje y no solo ha sido un analista puntual, lúcido y crítico de nuestra historia reciente: además ha sido uno de sus protagonistas más importantes.
Y es que la Historia no la hacen los reyes, los militares y los políticos, aunque solo los reyes, los militares y los políticos (no sé por qué) se lleven todo el espacio en los libros. La Historia la hacemos los ciudadanos de a pie y la hacen, desde luego, los artistas, los poetas, los músicos, los creadores; esos que van siempre por delante, mal que pese a los censores, enseñando a mirar, a entender o, como es el caso, a convivir.  En la Transición, los ultras a Forges le tenían gato. Una vez tuve que salir por piernas en la calle Goya porque me vieron con unos fascículos suyos bajo el brazo; hace unos meses los encuaderné y me los dedicó. Aquellos individuos aferrados al pasado se daban cuenta de que él era el futuro.
La semana en la que Forges nos ha dejado, la libertad de expresión ha recibido dos o tres palos muy serio, pero, para compensar, nos ha dejado dos debates forgianos: el del himno y el de la tortilla de patatas. Uno lo desató una cantante, a la que ya empezábamos a olvidar, con una versión propia del himno de España casi tan forgiana como la de Pemán o la que cantábamos en la escuela:
  Viva Franco
que tiene el culo blanco
porque su mujer
lo lava con Arieeeeel
El otro lo desató un cantante gallego, cuyo nombre no hemos aprendido todavía, con un versión propia de la tortilla de patatas... sin cebolla. Enseguida, concebollados de toda España se levantaron en armas virtuales, heridos en lo más hondo de su concebollismo por el sincebollismo del gallego, mientras aguerridas hordas de sincebollistas salían a defenderlo en tropel. Eso es también español, muy forgiano: discutir con pasión un matiz sin cuestionar lo esencial, el común amor por la tortilla. Tan español y tan forgiano como querer ser independiente y seguir jugando en la Liga y en la Copa del Rey, aunque solo sea para poder silbar en la final. 
Une mucho, pese a las discrepancias, el debate de concebollados y sincebollistas. Y es que en la diversidad se sustenta la unidad: nos gusta la tortilla de patatas. De poco vale discutir sobre un himno que a muchos no dice nada y a otros provoca sarpullidos, porque aun recuerdan cuando los obligaban a ellos o a sus padres a escucharlo brazo en alto. Mejor debatir sobre un plato cuya paternidad se atribuyen vascos y extremeños, de cuya excelencia presumen en Betanzos o en Madrid y al que Nestor Luján, catalán de Mataró, llamaba “el as de oros de nuestra gastronomía”. A diferencia del himno, la tortilla de patatas todos la sentimos como propia. Y a Forges, también. Proclamo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias, Carlos. Yo también creo que Forges forma parte de mi manera de ser como ciudadanos. DEP

Ana dijo...

Hola Carlos Santos:
Tuve la suerte de asistir a la presentación, en 2015, de tus "333 Historias de la Transición".
Y el genial Forges, en su memorable intervención, empezaba con genialidades como "...es éste un libro atípico porque es medio diabólico; si os fijáis son 333..." Y un abarrotado Ateneo de Madrid alternaba la risa con el aplauso y la carcajada con la lágrima.
Es un privilegio haber conocido y sobre todo disfrutar con Antonio Fraguas, el enorme Forges. Proclamo, yo también.